A
Llum, una mujer universal de Novelda,
Por haber
estado ahí estos años amargos,
Por haber
lanzado contra los de arriba,
desde su
atalaya, el grito
que a duras
penas salía de mi garganta.
Por su lealtad,
sin haber tomado nunca personalmente
el té con ella.
Desde
estos Tiempos del Sur
Un
beso de limón y canela.
Como siempre, al despuntar el
alba, en mi taza de loza blanca humeaba un té americano con tres granos de
café.
Mis anfitrionas vivían en la
parte alta de la ciudad vieja. Mi cuarto tenía una ventana abalconada, desde
donde se divisaban las chimeneas de los ferris expulsando el humo negro del
gasoil que tiznaba los muelles de atraque y los edificios de alrededor. El
tránsito de viajeros a África se había reducido drásticamente, hasta el punto
que las compañías se irían a la banca rota sin las ayudas del Estado. El mundo
que vivimos agoniza.
Mientras oía despertarse a
los vecinos, leía una novela de Gabriel García Márquez, con el título Relato de un náufrago. Descubrir
a Gabo, fue para mi abrir un universo de sensaciones. El amor en los
tiempos del cólera, la primera novela que leí de él, la compartí entre sábanas blancas y
cuerpos desnudos, donde ella y yo hicimos de lectores el uno del otro, hasta
que el hilo mágico que nos unía se rompió. Tú sabrás perdonarme mientras riegas
las rosas del jardín.
El olor a café iba
subiendo las escaleras cuando sonó el teléfono. Unos instantes después, Alba
llamó a la puerta.
-¡Samuel! Al teléfono.
Camino de responder a la
llamada, me iba preguntando quién sería, quién sabía qué yo estaba en aquella
casa. Las incógnitas se despejaron cuando una voz al otro lado del aparato me
saludó.
-Hola, Samuel, soy Sefarad,
la librera. A mi abuelo Abrahán le gustaría que fuera usted hoy a almorzar a su
casa, si no tiene usted ningún inconveniente.
Aquella voz alejó de mí
los fantasmas del pasado, que tanto cuestan alejar cuando solo se rompe la
unión física. Mientras ella me hablaba, yo recorría todos sus rasgos
imaginándome el perfume de su pelo. Le confirmé mi aceptación y quedamos en
encontrarnos en la Puerta Purchena al medio día. Las horas transcurrían
lentamente. Yo contemplaba a los primeros vencejos cortando con sus alas la
polución de la atmósfera, y a los pedigüeños que, con caras de niños envejecidos,
abundaban a un lado y al otro de las aceras.
Casa de las Mariposas, Almería. (M.G.Sedano) |
La vi llegar entre los
viandantes. Sus labios de un rojo carmesí eran partidos por un hilo de seda,
que dibujaba en los extremos una suave sonrisa. Sefarad…por qué aquella mujer y
aquel nombre no me eran extraños, por qué sentía que ella y yo formábamos parte
de un mismo mundo. Seguí sus pasos como el que ya conoce el camino, hasta
llegar ante la fachada de un viejo y cuidado edificio de tres plantas. La casa
era robusta, construida con materiales nobles, y en su estructura se detectaba
la mano de la masonería. Sus elementos decorativos eran la página abierta de un
libro donde podía leerse: “en este lugar habitan las tres religiones
monoteístas”, y presidiendo la mansión, una cúpula plateada de doce ventanas,
doce columnas de mármol, doce mariposas y doce vidrieras que decían, “hasta
Abrahán todos fuimos uno”. Una puerta de dos alas de cedro libanés, adornadas con dos picaportes de
bronce representaban a los leones de la Plaza de San Marcos de Venecia,
advertían que no era un lugar para profanos. Y antes de llamar, empecé a
imaginar como sería el abuelo de Sefarad y qué me esperaba detrás de aquella
puerta…
Marcos G. Sedano
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