viernes, 20 de marzo de 2015

Buenas noches Andalucía, buenas noches Continentes.



Almería, zona de las Almadravillas. Foto MGS.
Teníamos desde ayer un relato de miedo, que no de terror, pendiente con ustedes; si siguen el hilo de mi Facebook del día encontrarán el preámbulo. Cuando yo era niño el frío era más gélido y el miedo más grande.
 En aquél barrio de obreros donde vivía, cuando se apagaban las llamas de las candelas y recogían las ascuas para encender los braseros, se terminaban las tertulias a cielo abierto y se continuaban en las viviendas.
 Aquella noche de tormenta, donde los apagones del suministro eléctrico eran continuos y al compás de los truenos, Rafael estaba inspirado; él que nunca contaba ningún relato nos sorprendió a todos.

Había una vez allá por el siglo dieciocho o principios del diecinueve una cuadrilla de señoricos en mi pueblo. Era ya muy tarde y la noche estaba más oscura que la boca de un lobo. Se encontraban en una bodega junto a la Iglesia y cerca del cementerio. El vino les había llevado a porfiar hasta el punto de tentar a los difuntos.
 Había una tumba en el Campo Santo que tenía un rosal que estaba florecido todo el año. Nadie le daba explicación a aquel fenómeno y pocos se atrevían a investigarlo. Aquellos minifundistas con aires de grandeza decidieron aquella noche tentar a la suerte y acordaron ir de uno en uno a la tumba y cortar una rosa.
 El primero de ellos llegó, arrancó una flor y regreso con el trofeo en la mano.
 Al abrir la puerta del templo de dios Baco, una bocanada de aire helado se coló dentro.
 El segundo incauto entró en el cementerio cuando sonaban las campanas de la Iglesia dando las doce. El miedo le comía por dentro pero superó la prueba a pesar de la flaqueza de sus piernas. Su rostro no podía disimular el terror que había sentido.
 El tercer hombre ya no estaba tan seguro de querer seguir adelante. Algo veía en la cara de los otros dos que le hacía dudar hasta el punto de quedar como un cobarde si era necesario. Otro vaso de vino le dio valor y se fue camino de su perdición.
 Cuando entró en Campo Santo ya habían pasado las doce de la noche. El y todo el mundo sabían que de las doce a la una sale la mala fortuna. Había llegado a la tumba que estaba rodeada de un gran rosal. La capa le tapaba parte de la cara protegiéndose del frío. Cortó la rosa y cuando se fue a marchar se dio cuenta de que alguien le retenía la capa. Él empezó a tirar, pero la capa no se soltaba. Le daba pánico mirar atrás y empezó a llorar. Apenas podía hablar, el miedo le tenía paralizado...Pasaron las horas y no regresó. Al amanecer sus compañeros de farra, a los que la cobardía y el vino les había vencido, decidieron ir a ver que había ocurrido.
 Al llegar a la lugar se lo encontraron tumbado en el suelo con una rosa roja entre los dedos. Su capa estaba enganchada entre las espinas del rosal y su rostro ya tenía las marcas de la muerte.


Moraleja, la mía, cada uno tendrá la suya:" no dejéis que el miedo os venza. A veces no son gigantes... sino molinos de viento".
 
Desde Puerto Bayyana, al levante de Andalucía.
 
Marcos G Sedano