lunes, 22 de abril de 2013

Cartas desde Almería. El Duelo.


  
              Mi querido hermano, Juan de Mairena:
                Que los pasos que dan tus sandalias salven los guijarros del camino, que los dátiles del Valle del Río Jordán nunca falten en tu mesa; que la leche de camella perfumada con canela y azahar refresque tu garganta, que la pastela de Alfacar decore tus almuerzos; que el vino de la Alpujarra descanse en copa; que la menta de la Fuente de Ainadamar despierte tus sentidos y que tus hijas y amigos dispongan de tu presencia eternamente.

Murallas de la Alcazaba de Almería (Marcos G. Sedano)

                Hermano, me hablas de nuestra Matria, del sufrimiento innecesario que padesen sus hijos, de la avaricia de los privilegiados que atesoran sus riquezas a costa de la desgracia ajena. Yo,  al leer tus palabras me siento avergonzado sin derecho a alargar más mi duelo en estas circunstancias de extrema necesidad. Hoy, cada mujer y hombre de esta tierra debería estar tejiendo la red que nos dé el pez nuestro de cada día, el mismo que saciaría el hambre de pan y de justicia que necesitamos. Por todo este pesar que me produce la situación, antes que apareciera el alba, encaminé mis pasos al monte Horeb. Me acompañaban dos sombras. Conforme íbamos ascendiendo entre olores a madrugada, se apagaban las estrellas. Por Cabo de Gata, con la fuerza que le da ser la vida del planeta, salía perezoso el Sol. Cerca de la cima, a un paso de la cueva donde arde mi zarza, las dos sombras se detuvieron. Colocándose espalda contra espalda, empezaron a caminar en dirección contraria hasta llegar al borde del abismo. Desde allí se miraron, tensaron sus arcos y liberaron el hilo que retenía la vareta de almez que sostenía la punta de acero. En aquel instante rompió el día en la montaña y al mostrarme sus rostros descubrí que era el mío. Y cuando el metal cercenó las fibras de sus pechos, el destino les convirtió en dos bloques de granito. Ibn Hazm asesino a Ibn Hazm. Caminé hacia las murallas, sin volver la vista atrás, la brisa de la Mar fue ocupando mis pulmones y en una alegría juvenil me sentí volar sobre los barrancos.
Mi querido hermano, mi monte Horeb deberá esperar a otro momento de mi vida; abandono el desierto, un barco me espera en el puerto. Subiré por el Gran Río hasta mi nueva casa, que se encuentra cerca de la Pila del Pato; la pintora de los laberintos la guardo para mi.
Hermano, a mis anfitrionas les debo la vida, la del alma que es la que más me dolía. Una parte de mi ya es de ellas y mi presencia, si así lo quieren, no les ha de faltar a pesar de la lejanía. Que los dioses de los creyentes y de los ateos las protejan eternamente.
(Y a ti, que me preguntas que significaban las interrogantes, a ti, que pasabas junto a mí con el corazón en la garganta, cerrando los ojos como si con ello no sintiera tu presencia, a ti, ¿que he de decirte? si tú ya lo sabes todo, incluso lo que no escribo en mis cartas)
Mi querido hermano, no retires el agua del fuego, espero compartir pronto el té contigo.

Un abrazo
Ibn Hazm, de Almería
(Marcos G. Sedano)  

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