domingo, 7 de abril de 2013

Samuel Negreda (III) La Casa.


A Llum, una mujer universal de Novelda,
Por haber estado ahí estos años amargos,
Por haber lanzado contra los de arriba,
desde su atalaya, el grito
que a duras penas salía de mi garganta.
Por su lealtad, sin haber tomado nunca personalmente
el té con ella.

Desde estos Tiempos del Sur
Un beso de limón y canela.

Como siempre, al despuntar el alba, en mi taza de loza blanca humeaba un té americano con tres granos de café.
Mis anfitrionas vivían en la parte alta de la ciudad vieja. Mi cuarto tenía una ventana abalconada, desde donde se divisaban las chimeneas de los ferris expulsando el humo negro del gasoil que tiznaba los muelles de atraque y los edificios de alrededor. El tránsito de viajeros a África se había reducido drásticamente, hasta el punto que las compañías se irían a la banca rota sin las ayudas del Estado. El mundo que vivimos agoniza.
Mientras oía despertarse a los vecinos, leía una novela de Gabriel García Márquez,  con el título Relato de un náufrago. Descubrir a Gabo, fue para mi abrir un universo de sensaciones. El amor en los tiempos del cólera, la primera novela que leí de él, la compartí entre sábanas blancas y cuerpos desnudos, donde ella y yo hicimos de lectores el uno del otro, hasta que el hilo mágico que nos unía se rompió. Tú sabrás perdonarme mientras riegas las rosas del jardín.
El olor a café iba subiendo las escaleras cuando sonó el teléfono. Unos instantes después, Alba llamó a la puerta.
-¡Samuel! Al teléfono.
Camino de responder a la llamada, me iba preguntando quién sería, quién sabía qué yo estaba en aquella casa. Las incógnitas se despejaron cuando una voz al otro lado del aparato me saludó.
-Hola, Samuel, soy Sefarad, la librera. A mi abuelo Abrahán le gustaría que fuera usted hoy a almorzar a su casa, si no tiene usted ningún inconveniente.
Aquella voz alejó de mí los fantasmas del pasado, que tanto cuestan alejar cuando solo se rompe la unión física. Mientras ella me hablaba, yo recorría todos sus rasgos imaginándome el perfume de su pelo. Le confirmé mi aceptación y quedamos en encontrarnos en la Puerta Purchena al medio día. Las horas transcurrían lentamente. Yo contemplaba a los primeros vencejos cortando con sus alas la polución de la atmósfera, y a los pedigüeños que, con caras de niños envejecidos, abundaban a un lado y al otro de las aceras.
Casa de las Mariposas, Almería. (M.G.Sedano)
La vi llegar entre los viandantes. Sus labios de un rojo carmesí eran partidos por un hilo de seda, que dibujaba en los extremos una suave sonrisa. Sefarad…por qué aquella mujer y aquel nombre no me eran extraños, por qué sentía que ella y yo formábamos parte de un mismo mundo. Seguí sus pasos como el que ya conoce el camino, hasta llegar ante la fachada de un viejo y cuidado edificio de tres plantas. La casa era robusta, construida con materiales nobles, y en su estructura se detectaba la mano de la masonería. Sus elementos decorativos eran la página abierta de un libro donde podía leerse: “en este lugar habitan las tres religiones monoteístas”, y presidiendo la mansión, una cúpula plateada de doce ventanas, doce columnas de mármol, doce mariposas y doce vidrieras que decían, “hasta Abrahán todos fuimos uno”. Una puerta de dos alas de cedro  libanés, adornadas con dos picaportes de bronce representaban a los leones de la Plaza de San Marcos de Venecia, advertían que no era un lugar para profanos. Y antes de llamar, empecé a imaginar como sería el abuelo de Sefarad y qué me esperaba detrás de aquella puerta…  

Marcos G. Sedano

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