sábado, 16 de agosto de 2014

Samuel Negreda (V) Las Negras



  Habían pasado diez meses desde su partida, atrás quedaban encuentros en medio mundo. De la Mayor de las Antillas a la Bretaña francesa pasando por Tumbuctú.

 

  Los acontecimientos en Ucrania ocupaban ahora la atención mediática que en otros tiempos tenían Libia, Egipto, Túnez...

 

  El Imperio, con multitud de frentes abiertos, desplazaba sobre el terreno de juego del planeta sus cuerpos de ejército. Todo estaba dentro de una estrategia de control de los recursos de la antigua URSS y el aislamiento a China.

 


El espigón del Moro Arráez, en La Isleta, Almería. Foto, MGS
 

  Samuel en su camarote escuchaba Radio Orán mientras escribía "Quiero sentir, de tu cuerpo el perfume, cuando abandonas la casa, y preso en el rocío de la mañana, cae en mi vaso".

 

  La travesía desde el puerto de Argel había sido suave. Anochecía cuando el "Diáspora", navegando a motor, atracó en la Isleta del Moro. Desde allí se dirigirían a las Negras donde se encontraban los colaboradores, que él y la Casa de las Rosas de Tahal eligieron para la sublevación de las ciudades.

 

  El chalé de su anfitriona estaba construido al borde de un acantilado mirando a la Mar. Cuando llegaron, una bandera negra con dos tibias cruzadas y una calavera ondeaba en una de las ventanas. Era señal de que todo estaba bien.

 

  Cuando la Cubana, Almécija y Negreda llegaron a la terraza donde se encontraban los invitados, ya eran las cuatro de la madrugada. En las mesas, unas botellas de vino de "Las tetas de la sacristana" rondaban los vasos que la brisa de la Mar empañaba. Una mujer de ojos risueños y morena como esa tierra, narraba a la luz de las estrellas, el origen del nombre del pueblo de Almería, donde se albergaban. Mientras Rebeca improvisaba al piano una melodía.

 

Playa de las Negras, Almería. Foto, MGS.
  "Las mujeres cerraron las cortinas de la noche;  los niños desnudos, sobre colchones de farfolla, soñaban con las barquillas. Aquella madrugada mientras los hombres miraban a la Mar, Malac, desde el acantilado de Cerro Negro advertía a los marineros: ¡No toméis las barcas, Poseidón tuvo una mala noche! Los braceros de la Mar le contestaron: “No hay dios que mande en nuestras hambres”.

  A hombros, dirigiéndose a la diosa Venus que lucía en el alba, sacaron sus tronos de madera y los depositaron en el agua. El fiero dios que reina en las profundidades les dejó entrar. Aquellos enjutos obreros, de huesos retorcidos sintieron a través de los remos los lomos de Poseidón. Cuando el Cabo del Puntón apenas era un grano de arena en la lejanía, Leviatán, surgiendo del submundo marino les devoró. En ese instante, un grito sordo se oyó entre el cielo y las chozas de la Cala de San Pedro. Las mujeres sabían que el luto las acompañaría de por vida.

  Buscando sobrevivir,  llegaron hasta este lugar y con sus manos, piedra a piedra, construyeron las diez primeras casas  que harían honor a su luto, Las Negras".

 

  El silencio guardado mientras se escuchaba la historia, se volvió jubilo al saludar a los recién llegados. Lola abrazó a Negreda y le susurro al oído:"Marinero, llegas a tiempo".

 

  Los dos, apoyados sobre la balaustrada contemplando el abismo, guardaron un minuto de silencio. De nuevo habló Lola:"Marinero, los tiempos que teníamos previstos se han acelerado. El conflicto en Ucrania es la coartada del Imperio para la tercera guerra mundial. Urge poner nuestro plan en marcha".

  Negreda la miró y ella le besó. A continuación Lola añadió: "Mañana hablamos, hoy descansa".

  Cuando se retiraba, Samuel le preguntó:"¿Y Sefarad?" -"No pudo venir"- , respondió su anfitriona.





 

Desde Puerto Bayyana, al levante de Andalucía.


Marcos G. sedano


 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario