martes, 25 de noviembre de 2014

Samuel Negreda (X) El Caribe





Malecón de la Habana. Foto, Ángeles Diez.
         La ciudad, envuelta en la brisa del Caribe, de olor a maderas preciosas, a café, a flores del mamey; bulliciosa y trovera, lenta de reloj cubano, con gusto. Santiago seguía ahí, como la última vez que el Diáspora atracó en su bahía. Alerta, impregnada de la revolución y del espíritu de Martí; ella siempre puso su parte en la liberación de la mayor de las antillas. 
Ya habían pasado varios meses desde su visita, y en  un puerto  del Mediterráneo, el marinero recordaba su conversación con el olofin más viejo de la Isla:
-Negreya, tus raíces y las nuestras vienen del mismo tronco. Hemos sobrevivido durante siglos a revoluciones y contrarrevoluciones; a catástrofes de todo tipo y a la venganza del Mal, que hoy pone a la Humanidad al borde de su extinción. Tomamos nota de la petición que nos hace la Casa de las Rosas de Tahal.  El sonido de nuestros tambores llegará a los oídos de nuestra Matria, África. Ve tranquilo, los Orishas estarán con vosotros.
Así le habló aquel afrocubano de pelo blanco y ojos celestes.
Aquella misma mañana Negreda, al salir de la casa del olofin, y pasar por la Plaza de Marte, se paró a escuchar a un guajiro recitar a sus parroquianos un poema de José Martí.
José Martí. Foto, Yolanda González.
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
¡El alma!... El Padre de la Patria creía en la existencia del alma de los seres humanos,- pensó-.
El marinero se había abstraído otra vez, mientras en los altos miradores de Almería, se vivía una batalla campal entre antidisturbios y sublevados.
Pizocaro llamó a Negreda.
-Mira Samuel, los nuestros lo están haciendo bien. Los grupos operativos de la Unidad de Intervención Rápida de la Policía se retiran a su punto de partida.
En el ordenador del periodista se veía retroceder a los agentes por los efectos del armamento de artificio que estaban utilizando: botes de humo y gases lacrimógenos. Los ocupantes del recinto se los devolvían, convirtiendo  la zona de la Puerta de la Justicia de la Alcazaba en una ratonera para los uniformados.
-Lo intentarán de nuevo,- le respondió el marinero que volvió a su abstracción.
La noche que llegaron a la Habana, le estaba esperando en el hall del Hotel Riviera, Carlos Torpedo.
El marinero había preferido alojarse en aquél establecimiento, en otros tiempos propiedad de la mafia estadounidense. Sus paredes estaban llenas de fotos de sus ilustres huéspedes, entre ellos la del salvadoreño Roque Dalton, uno de los poetas de cabecera de Negreda. Con sus Historias Prohibidas del Pulgarcito, había hecho las largas travesías del Diáspora más llevaderas.
La Cubana y Almécija subieron a sus habitaciones.
Carlos no había ido sólo. En una mesa en la cafetería, dos personas con gafas oscuras les esperaban. Los cuatro hombres y una botella de ron, (porque en Cuba la trova sin un trago se traba) iban a pasar una larga noche. Cuando amaneció, los cuatro aún seguían allí; ahora tomaban café cubano.
Cuba. Foto Ángeles Diez.
Negreda era un defensor de la Revolución Cubana   y aquel viaje le venía propicio para intercambiar opiniones sobre la situación en Europa. El resto del tiempo que les quedaba que estar en la isla lo dedicarían a vivir la Habana y a visitar a  Niña María Elena, en Pinar del Río.
Mientras El marinero seguía soñando, Corpas, la oficial al mando de una de las unidades operativas de la policía, presentaba una queja por escrito al Inspector Jefe del Mando Operativo.
Corpas, se quejaba por haber recibido unas órdenes contrarias a los protocolos de actuación establecidos. ´´Con ello, la seguridad de los ciudadanos ocupantes de la Alcazaba de Almería y la de los agentes en la actuación, habían estado sometidos a un alto riesgo de accidente grave´´- argumentaba la oficial.
Mientras su superior leía la queja, pensaba: ´´Ya está aquí otra vez la sindicalista esta tocándonos los huevos. Nosotros sin conseguir los objetivos y ella jodiéndonos.´´
Foto, MGS.
El primer día de asedio a la fortaleza almeriense había transcurrido sin ningún herido de consideración. Pero una derrota de esas características para los fuerzas de seguridad del estado no podía quedar así.  Los ocupantes del recinto fortificado se preparaban para resistir un nuevo asalto.

Desde Puerto Bayyana, al levante de Andalucía.
Marcos G Sedano

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